Igual que los árboles impiden ver el bosque, el espejismo de las flores ciega a las poetas con alma artificial. En la literatura, como en la vida, quien enreda entre pétalos jamás llega a la raíz. Bien lo sabía Rosalía de Castro cuando sembraba Follas novas bajo la tierra del más fértil imaginario o Lorca, que cogía el brote del pueblo para dar a luz a olivos inéditos. El arte, como el amor o la patria, solo se pueden construir desde la esencia nuclear y a partir de acontecimientos. Tras el suceso, la inteligencia del sujeto pensante edifica las verdades que otorgan sentido a una existencia tan lírica cómo auténtica.
Este mayo, en vez de escribir, dejé que la primavera me cruzase con un compañero de viaje despierto al tiempo que insomne, arraigado y volador, como yo. Independientemente juntos permitimos que las carreteras nos recorriesen hasta desembocarnos en la periferia de Matosinhos. Plantados en el Parque da Cidade, sentimos los caballos desenfrenados de la voz de Patti Smith, brotando punk, rock y Gloria. Gloria!
Al finalizar el concierto, una de las rosas que rodeaban el bombo de la batería acabó en mi mano. Como si Coleridge me hiciese dudar entre sueño y realidad, como si el Paraíso invadiese el Parque que pisábamos. Sin soltar el tallo escupí al suelo con la misma intensidad que lo había hecho la madre del punk-rock, con Lois Pereiro en la cabeza y la Revolución de los Clavos pecho a dentro.
En ese momento comprendí que cuanto más hondo radique el intelecto, más crecerá la experiencia externa. En la dimensión literaria y vital, cielo y subsuelo son directamente proporcionales.
Rosalía Fernández Rial