Había una vez un pueblo con nombre de árbol donde las niñas no temían al lobo porque se sabían más fieras que él. Como bellotas rebeldes, jamás seguían la trayectoria de la gravedad y ascendían por las paredes en un desafío de zarpas libres y pintaúñas al viento. La estela de su esmalte erigía cuadros desmarcados de las estructuras establecidas; murales que agrietaban los límites físicos para inaugurar otras realidades posibles.
De esa forma, la ciudad se multiplicaba en un rizoma urbano de infinitas perspectivas y desembocaba en espacios siempre diferentes. Las pequeñas pertenecían, entonces, a todas las patrias que habían imaginado a través de las tapias, residiendo en las propias utopías.
Como va a tener miedo quien puede inventar los lugares que habita?
Rosalía Fernández Rial
[Foto: proxecto “Derrubando muros con pintura”. Mural: Susana Llorente e Carlos Fernández]